Como muchos de ustedes saben este fin de semana hemos estado asistiendo a una familia en la que lamentablemente el padre ha fallecido de neumonía. Coordinar ayuda social y pastoral es parte de la labor que hacemos en Vidas Sanas y que apoya nuestros servicios de salud y ayuda en las relaciones.
Ante el dolor por la pérdida de un ser querido muchas veces nos preguntamos donde está Dios, por qué lo permite. En especial en este caso en las que este joven de 32 años deja a su mujer y 3 hijas pequeñas. Pero la misma pregunta nos la podemos hacer en medio de las enfermedades o en medio de las dificultades de la vida o de los destrozos naturales.
La respuesta no es sencilla y quizá empieza todo por la pregunta. El hecho de que nos hacemos esa pregunta, de que buscamos en Dios una respuesta ya dice mucho acerca de nuestra fe. Sin lugar a dudas sin esa fe jamás encontraríamos la respuesta. Con la fe, ahondando en ella podemos encontrar una paz en medio de esta nueva vida que empezamos. En los momentos de dolor, en los momentos de enfermedad nuestra vida empieza una nueva etapa, un nuevo capítulo que quizá tenga un final debido a otro cambio, o quizá sea la nueva norma de nuestra vida.
Cada uno debemos de buscar y encontrar nuestra propia respuesta en Dios. Hace unos años un amigo perdió a sus dos hijos pequeños ahogados. En medio de ese dolor pudo encontrar la paz de saber que sus hijos no tendrían que sufrir ningún pecado ni sufrimientos en su vida. Aunque no hay día que no piensa en ellos, tiene la certeza de que están en un mejor lugar junto a su Creador. Esa fue su respuesta. Y al encontrarla avivó aún más su amor por Dios.
En el sufrimiento podemos odiar o amar a Dios. Podemos ver a un Dios egoísta o desatendido o a un Dios amoroso que incluso en las pruebas nos permita sacar algo bueno de ello. Todo pasa por el bien de los que están en Gracia de Dios, nos recuerda San Pablo. O como decimos popularmente, no hay bien que por mal no venga.
El problema es que muchas veces exigimos un bien específico en un momento específico y realmente la vida no funciona así. Si bien Jesús mismo nos dice que nuestras oraciones nunca son desatendidas y que si pedimos Dios nos dará. En ningún momento implica que va a darnos exactamente lo que queremos sino lo que necesitamos. Como padres tenemos que entender esto naturalmente. Nuestros hijos nos piden cosas continuamente y tenemos que enseñarles la diferencia entre el querer y el necesitar. Si les damos todo lo que quieren cuando lo quieren, independiente de la necesidad, criaremos hijos consentidos y caprichosos que realmente no van a saber desarrollarse en la vida.
Podemos pensar en Dios Padre de la misma forma. Aunque es duro, va a responder a nuestras oraciones con lo que necesitamos en el tiempo que lo necesitamos. La diferencia también viene de como medimos el tiempo nosotros y como lo mide Dios. El fruto de nuestras oraciones y de nuestro sufrimiento puede venir en nuestras vidas en las siguientes generaciones. La redención del pecado original vino miles de años después. Las oraciones de Santa Mónica por San Agustín tuvieron sus respuestas 40 años después. El sufrimiento de muchos mártires y santos sigue convirtiendo a personas siglos después de sus muertes. El fallecimiento de un padre puede ser un factor determinante en la llamada sacerdotal a un hijo que escucha a Dios buscando respuesta a su sufrimiento.
Por eso queremos presentar ciertos aspectos del sufrimiento que esperamos puedan ayudarles a todos los que están buscando una respuesta.
- El sufrimiento es parte de la condición humana. Jesús sufrió en la cruz por nosotros, pero también sufrió en el Huerto de Getsemaní, donde sudo sangre. Incluso su muerte hizo sufrir a Su madre ante la cruz y que hijo que ama a su madre quiere hacerle sufrir. Pero Jesús entendía la realidad del sufrimiento y la respuesta que puede venir de ello. En su caso el nacimiento del Cristianismo.
- Con el amor viene el sufrimiento. Son dos caras de la misma moneda. Quien no ama no sufre. Es en la vulnerabilidad donde afecta el sufrimiento. Quien quiera vivir sin sufrimiento tendría que vivir sin el gozo del amor.
- El sufrimiento nos hace débiles y nos ayuda a depender de Dios. Cuando estamos fuertes, cuando todo va bien quizá es más fácil olvidarnos de la presencia de Dios en nuestras vidas. En ese sufrimiento donde podemos sentirnos más cerca de Dios y dependientes de Él.
- El sufrimiento nos ayuda a acercarnos más a los demás. Nos presenta una oportunidad de servir a los demás como instrumentos de redención. Es un instrumento de caridad. También cuando servimos a los que están sufriendo nos acerca al cuerpo doliente de Cristo.
- Ante el sufrimiento y la necesidad debemos de poner todo lo que está de nuestra parte y pedir a Dios que con ello trabaje en nuestra transformación. A Dios rogando y con el mazo dando. De nada vale quedarnos estancados y simplemente rezando. Hay un tiempo para ello sin duda alguna, pero no todo el tiempo. Dios requiere una acción por nuestra parte para obrar en la vida. “Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios”, escribía San Ignacio de Loyola.
- En el sufrimiento no solamente podemos conocer más a Dios sino a nosotros mismos, a nuestros límites. Es una oportunidad para preguntarnos acerca de nosotros mismos, de nuestros valores, de nuestro nuevo plan de vida ante este nuevo capítulo.
- Dios es un dios de los que sufren, de los marginados y pecadores nos dicen los evangelistas una y otra vez. No es Dios de los triunfantes, de los ricos. Es el Dios de la esperanza. Dichosos los que lloran porque ellos serán consolados.
- Dios une su sufrimiento en la cruz al nuestro y nos permite hacer lo mismo, ofreciéndolo con un propósito redentor. La cruz es Su prueba de amor y nos pide que nuestra cruz sea la prueba de nuestro amor por El.
- Si no buscamos a Dios en el sufrimiento no podremos obtener una respuesta de Él. Más bien nos alejaremos de Dios. Es la mentira del pecado, pensar que no Le necesitamos que nos valemos por nosotros mismos.
- En el sufrimiento podemos encontrar el amor de un Padre. Pensar que Dios Padre no está junto a nosotros como estaba junto a Su Hijo es compartir la mentira del enemigo. Jesús sufrió y no estaba solo; nosotros tampoco.
- Dios está en nuestra libertad, libre albedrío. Y permite el sufrimiento como parte de ello. Sin esta libertad no seriamos hombres. Una vida sin sufrimiento implica una vida sin amor, una vida sin poder tomar decisiones.
- Con el barro del sufrimiento Dios puede crear una nueva persona en nosotros, si le buscamos y permitimos la transformación, aceptando la cruz. Tras el viernes de nuestra pasión viene el domingo de resurrección, pero no puede haber este domingo, día del Señor, sin el viernes.
- En un mundo conflictivo y con pecado, el sufrimiento nos permite acercarnos a Dios. Participamos en el conflicto del mundo incluso sin ser del mundo. Son los dolores del parto de San Pablo que implican que algo nuevo y mejor viene.
- Dios permite el sufrimiento como un camino para encontrarle a Él. De la misma forma que permite el pecado para que encontremos Su Misericordia y también nos encontremos a nosotros mismos y nuestras limitaciones.
- El sufrimiento marca las limitaciones de la vida y las nuestras mismas. Pretender que no tenemos límites es creernos omnipotentes, es creernos dioses.
- El sufrimiento en sí no tiene valor, es negativo, como una cruz. Es la redención, la santificación que viene a través del sufrimiento que tiene valor. Jesús no escapa la Cruz, le da valor.
- Ante el sufrimiento podemos responder como uno de los dos ladrones crucificados. Increpando a Dios con amargura y rencor o suplicándole con esperanza y humildad.
Esperamos que estos puntos de reflexión traigan esperanza y consuelo ante el sufrimiento. La iglesia está continuamente explorando la razón del sufrimiento y la enfermedad sin llegar a una respuesta final. Pero como decía un sacerdote el otro día, lo importante es hacerse la pregunta. Ahí ya se está demostrando la fe y en esa fe viene parte de la respuesta. “Creo, Señor, pero ayúdame en mi incredulidad”, nos recuerda San Marcos.
Un abrazo en Cristo.
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